¿Qué tal? ¿Cómo os trata la vida? ¿Todo bien? Bueno, como esto es más un monólogo que una conversación, imaginaré que os va medianamente bien a la mayoría. En cualquier caso, si no fuese esto cierto ya sabéis (o si no, deberíais saber), que me podéis escribir o consultar cualquier cosa a modo de desahogo, que yo estaré dispuesta a leeros y daros respuesta.
Sí, sigo viva pese a no dar señales de ello con gran regularidad. Posiblemente me merezco un descenso de lectores en consecuencia, si acaso los hubiera.. (quiero pensar que sí). En realidad debería estar durmiendo, pero el insomnio ha decidido atacarme esta noche, así que me he acordado de vosotros. Vale, ahora en serio, pido disculpas por no ser constante y abandonaros sin previo aviso. Pero hoy os traigo una reflexión profunda que tan solo una noche como esta podía sacar a la luz. Espero que os guste.
¿No te sorprende la facilidad que tienes para cambiar regularmente de opinión? Un día crees que la vida es maravillosa y al día siguiente cualquier ilusión creada se desvanece al mínimo soplo de negatividad. Lo mismo ocurre con los gustos. Nuestro paladar se vuelve exquisito con el tiempo y nuestros ideales mucho más selectivos, sin embargo, en ocasiones siempre nos recreamos en preferencias anteriores. ¿Hasta qué punto la sensibilidad está ligada a nuestro conocimiento?
¿No te sorprende la facilidad que tienes para cambiar regularmente de opinión? Un día crees que la vida es maravillosa y al día siguiente cualquier ilusión creada se desvanece al mínimo soplo de negatividad. Lo mismo ocurre con los gustos. Nuestro paladar se vuelve exquisito con el tiempo y nuestros ideales mucho más selectivos, sin embargo, en ocasiones siempre nos recreamos en preferencias anteriores. ¿Hasta qué punto la sensibilidad está ligada a nuestro conocimiento?
Nuestro
cerebro es capaz de categorizar elementos a través del olfato, de la vista, del
oído… incluso hay quien sabe reconocer mediante el tacto. ¿Por qué con el amor,
esto iba a ser diferente? De hecho, en nuestras experiencias más personales y
sensibles, las que logran encoger el corazón y a su vez engrandecerlo, las que
saben hacerlo pedazos pero también solapar los mismos que un día se despegaron,
en todas ellas el conocimiento está presente.
¿Cuántos
de vosotros habéis sentido, pero sabíais que no era conveniente? Que no debíais
encapricharos, porque sabíais de antemano que lo pasaríais mal. O que no cabría
posibilidad alguna de llegar a conseguir algo que considerabais imposible y sin
embargo, vuestro deseo ejercía una fuerza mucho mayor a la que vuestro
conocimiento era capaz de resistir. Todo ello justifica esto mismo, y es que
corazón y mente necesitan estar solapados independientemente de que entren en
batalla constante.