Estoy
cansada de que siempre se repita la misma historia. Estoy cansada de las
indirectas sin intenciones, de las falsas ilusiones y de las caricias sin
sentido. Estoy cansada de los prejuicios, de los rumores y de la apariencia. De
los cumplidos por compromiso, de la falsedad. Estoy cansada de los
estereotipos, del qué dirán y de las inseguridades.
Estoy
cansada de la desconfianza, de las falsas amistades y del amor pasajero. Estoy
cansada de las excusas, de las mentiras y de ocultar las cosas. Estoy cansada
de las promesas incumplidas, de las palabras carentes de acción, y de que lo
bueno se haga esperar. Estoy cansada de las oportunidades desaprovechadas, del
desprendimiento de las cosas más maravillosas y de la pérdida de felicidad.
Estoy cansada de la dependencia, del deseo insaciable y de las prisas.
Estoy
cansada de la falta de respeto, de la mala educación y del rechazo. Estoy
cansada de las agresiones y los insultos, de la violencia y la deshumanización.
Estoy cansada del desprecio, de la insensibilidad y de la culpabilidad. Estoy
cansada de la ignorancia, del paripé y de la imposibilidad. Estoy cansada del
derroche, de la escasez y del engaño. Estoy cansada de ser paciente, optimista
y racional.
Estoy
cansada de todo esto, pero quiero impacientarme por tener algo que no llega. Quiero
ver cómo se derrocha, para apreciar y valorar realmente lo que se desecha. Quiero
que se me obstaculice y se me impida un camino fácil, para poder mejorar y
tratar de avanzar por mis propios méritos. Quiero que exista la traición o el
engaño, para conocer realmente la fidelidad y la sinceridad.
Quiero
jugar y que me confundas, aunque eso signifique volverme loca sin comprender
cada gesto. Quiero que me prometas cosas que nunca cumplirás, para ser
consciente en siguientes ocasiones. Quiero entristecerme por experimentar
sensaciones que no llevan a ninguna parte. Quiero que exista la culpa, para
admitir que es necesaria una disculpa. Quiero acelerar, para saber cuándo ir
más despacio. Quiero perder, para saber qué es lo que me hace ganar.
¿Qué tal? ¿Cómo os trata la vida? ¿Todo bien? Bueno, como esto es más un monólogo que una conversación, imaginaré que os va medianamente bien a la mayoría. En cualquier caso, si no fuese esto cierto ya sabéis (o si no, deberíais saber), que me podéis escribir o consultar cualquier cosa a modo de desahogo, que yo estaré dispuesta a leeros y daros respuesta.
Sí, sigo viva pese a no dar señales de ello con gran regularidad. Posiblemente me merezco un descenso de lectores en consecuencia, si acaso los hubiera.. (quiero pensar que sí). En realidad debería estar durmiendo, pero el insomnio ha decidido atacarme esta noche, así que me he acordado de vosotros. Vale, ahora en serio, pido disculpas por no ser constante y abandonaros sin previo aviso. Pero hoy os traigo una reflexión profunda que tan solo una noche como esta podía sacar a la luz. Espero que os guste. ¿No
te sorprende la facilidad que tienes para cambiar regularmente de opinión? Un
día crees que la vida es maravillosa y al día siguiente cualquier ilusión creada
se desvanece al mínimo soplo de negatividad. Lo mismo ocurre con los gustos. Nuestro
paladar se vuelve exquisito con el tiempo y nuestros ideales mucho más
selectivos, sin embargo, en ocasiones siempre nos recreamos en preferencias
anteriores. ¿Hasta qué punto la sensibilidad está ligada a nuestro
conocimiento?
Nuestro
cerebro es capaz de categorizar elementos a través del olfato, de la vista, del
oído… incluso hay quien sabe reconocer mediante el tacto. ¿Por qué con el amor,
esto iba a ser diferente? De hecho, en nuestras experiencias más personales y
sensibles, las que logran encoger el corazón y a su vez engrandecerlo, las que
saben hacerlo pedazos pero también solapar los mismos que un día se despegaron,
en todas ellas el conocimiento está presente.
¿Cuántos
de vosotros habéis sentido, pero sabíais que no era conveniente? Que no debíais
encapricharos, porque sabíais de antemano que lo pasaríais mal. O que no cabría
posibilidad alguna de llegar a conseguir algo que considerabais imposible y sin
embargo, vuestro deseo ejercía una fuerza mucho mayor a la que vuestro
conocimiento era capaz de resistir. Todo ello justifica esto mismo, y es que
corazón y mente necesitan estar solapados independientemente de que entren en
batalla constante.
No
sé si es que estoy demasiado sensible, pero creo que la acumulación de mala
suerte está intentando aliviarse a modo de lágrimas. Tampoco os preocupéis, en
verdad todo me va bien.
Me
considero una chica bastante afortunada. Procedo de una familia que me ha
criado con amor. Tengo, considero, a los mejores amigos posibles a mi lado, día
tras día. No soy una chica de expediente destacable, pero sí notable. Y
respecto a los valores que he ido adquiriendo con el paso de los años, la gente
nunca me ha negado que son buenos, de hecho, siempre se me ha agradecido o resaltado
esta facultad. Mi intención no es ahora echarme flores, sino permitir dar a
conocer más de mí a quienes aún no saben de mi persona más allá del avatar que
las redes sociales dejan ver. ¿Cuál es el
problema entonces? Imagino que os preguntaréis.
Lo
que pasa, es que no existe ninguna fórmula matemática que pueda aplicarse para
suprimir el dolor, para olvidar los malos recuerdos, o para evitar el miedo que
nos produce afrontar ciertos problemas. ¿Cuántas veces hemos sufrido por
alguien? ¿Cuántas veces hemos vuelto a caer en lo mismo? ¿Cuántas cosas hemos
dejado de intentar, por cobardes?
Hablando
personalmente, hay algo que no para de hacer runrún en mi cabeza. Algo que me
está quitando el sueño y no hace más que producirme un cúmulo de dudas respecto
de mis actos. ¿Por qué no seré capaz de adquirir la valentía necesaria para hacerle
frente a las cosas, independientemente de lo que pueda ocurrir más adelante?
Me
cuesta admitir que una parte de mi le sigue deseando, pese a ser consciente de
que entre nosotros todo está bien como está. Quizás esté tratando de luchar en
contra de un deseo que nunca fue satisfecho y que ahora intenta hacerse notar
tras meses de silencio. En cualquier caso, todo esto carece de sentido si no
hago más que crear nubes a base de dudas. Qué más da querer, si ese cariño se
difumina entre falsas esperanzas. Al final el amor resulta ser de nula
relevancia, si no es valorado como merece.
Últimamente
no hago más que abrir mi ventana para respirar aire fresco. Nuestra fotografía siempre
se desliza por la pared hasta encontrar el suelo, siendo arrastrada por el
viento. También puede ser porque esa chincheta está más aflojada que todas las
demás, pero quizás sea una señal.
No
hago más que pensar en la sonrisa que mostrábamos en aquel recuerdo. Más tarde
vuelvo a la realidad y veo que ya no está. Esa felicidad reflejada, no se
encuentra en mi rostro presente. ¿Qué nos ha pasado? debería preguntarme,
pero lo cierto es, que no lamento en absoluto la decisión que tomé aquel día al
alejarme de él.
Estoy
sentada en la cama de mi habitación observando, como digo, la fotografía. ¿Os
habéis parado a pensar en la cantidad de recuerdos que tenemos materializados? Existen
infinitud de elementos atribuibles a cualquier vivencia. ¿Significa esto que
tan sólo soy capaz de recordarle por esa dichosa fotografía?
Con
el tiempo he aprendido que las etapas de la vida se marcan paso a paso y que cualquier
mínimo detalle puede resultar trascendental en el transcurrir personal de cada
uno. Al
principio quise convencerme de que no necesitaba de su presencia para ser
feliz, para estar completa. Más adelante fue cuando le recordaba con nostalgia,
mientras me cuestionaba si hice bien o mal en dejarle ir. Pero comprendí que
todo en la vida pasa por algo y que debía respetar mis decisiones anteriores.
Los
humanos estamos hechos a base de recuerdos, forjados por nuestro criterio.
Tallamos durante largos años lo que hoy día conforma nuestra personalidad. No
es tan sencillo deshacerse de lo que uno quiere. El pasado forma parte de uno
mismo y eso es así. No tenemos que lamentar lo que hicimos o dejamos de hacer,
o lo que podríamos haber hecho pero no hicimos, o lo que podría haber sucedido
pero no sucedió. Todo eso nos ha traído hasta hoy, y responde a cómo somos ahora.
Deshacernos
de vivencias, supondría la eliminación de una parte que nos constituye como
individuos. Limitaríamos nuestra propia persona cuando, el paso del tiempo, es
capaz de hacernos aprender de todo el camino recorrido.
Siempre
digo que la vida es un proceso mediante el cual no dejamos de aprender. No me
contradigáis pues, y sacar provecho de todo lo que os surja. Tanto buenos como
malos momentos, sirven para forjar la personalidad que hoy día estáis
adquiriendo.
"Decía un amigo mío que las
casualidades no existen. Que todo está escrito entre las nubes y las estrellas
con tinta invisible. Que las personas van mezclándose en las páginas de las
historias de otras personas para compartir y protagonizar un guión ya
establecido. Mi amigo decía que todos somos actores principales y también
actores secundarios, según la parte de la película en la que nos encontremos.
Es una bonita manera de hablar del destino. ¿No creéis?"
He
querido empezar con este fragmento de ¿Puedo
soñar contigo? Escrito por Francisco de Paula bajo su seudónimo Blue Jeans, porque precisamente da pie
al tema que me gustaría tratar: El
destino y el azar comprendiendo así, todo tipo de derivación que este
polémico asunto trae consigo.
Después
de un tiempo dándole vueltas a lo mismo, viendo muchas películas que tratan el
tema desde perspectivas distintas, creo que he sido capaz de forjar una fiel
opinión al respecto. Personalmente no puedo afirmar ni negar la existencia de
un destino, pues no tengo conocimiento alguno sobre ello. Pero sí tengo la
libre elección de pensar que la vida que lleva cada uno es causa de sí mismo,
sin referirme a lo que las circunstancias limitan. Es decir, una persona que ha
nacido en el tercer mundo lógicamente no ha tenido tal elección, al igual que
cualquiera de nosotros. Pero,
refiriéndome ya más allá de las circunstancias, no me gusta pensar que nacemos
con una vida ya planeada, con un guión previamente escrito por otro autor que
no somos nosotros mismos, cuando precisamente, debemos ser los protagonistas de
esas líneas. Prefiero tomar la vida como una sucesión de acontecimientos y
casualidades, de sentimientos reales y de decisiones propias que terminan
reflejándose en su totalidad, como un aprendizaje puramente personal, en el que
desde luego, se abre paso al azar.
Hablando
de lo aleatorio, de las casualidades y la suerte, me pregunto si habéis oído hablar
sobre la teoría del caos. La frase insignia de esta, dice: "El aleteo de una mariposa en Australia, puede crear un tornado en
América". Cualquier suceso viene dado por una serie de pequeñas, e
incluso minúsculas, casualidades que no duran a penas un segundo. Sin embargo,
sin granitos de arena no se crearían castillos de esta. Si faltase un mínimo
detalle, el resultado se vería alterado notablemente. Esto me hizo pensar que
si en algún momento diésemos por cierta la existencia de un destino, no podría
darse sin una relación de libre albedrío. El
hecho de que cualquier mínimo detalle modificado altere el resultado, podría
asemejarse a la facultad humana de decisión. El ser puede decidir alterar ese
destino ya escrito sobre sí mismo, en base a sus propias elecciones: qué hacer,
de qué manera, hacia dónde ir, qué perseguir… todos son factores que pueden
variar la historia de una misma persona, si se modifican en cierta medida.
En
mi opinión el destino está en cada uno. Aunque la gente piense lo contrario, somos
nosotros quienes tomamos las decisiones de la vida que se nos presenta, y no
una fuerza sobrenatural que provoca un giro en la realidad en base a nuestras
necesidades para hacer cumplir cada deseo particular. Al menos eso me gusta
creer. De
igual manera, considero que todas las opiniones son válidas. No hay ninguna que
sea la cierta, la general. Realmente ante algo desconocido, la creencia puede
ser muy dispar, pues no se trata más que de otra cuestión personal.
En
resumidas cuentas la idea de destino, sirve como excusa o respuesta a todas las
preguntas que se nos plantean. Preferimos otorgarle la explicación de nuestros
hechos a una fuerza sobrenatural que funcione como nuestra salvaguarda. Sin
embargo, no es más que una determinación particular bajo ningún fundamento
empírico. Lo
cierto es que ante la incertidumbre, siempre he preferido el azar a la revelación
de los hechos futuros. Será porque, de esta manera, no se desvela ningún dato
que me condicione a la hora de tomar decisiones o de actuar cotidianamente, y
me permite desarrollar mi vida de una manera totalmente normal, como siempre lo
ha sido.
Me
gustaría hacer referencia a una película que vi hace tiempo (Destino oculto) que precisamente plantea
la posibilidad de “vencer” al destino que se nos ha otorgado, basándonos en el
libre albedrío. La trama a fin y al cabo no es tan relevante como la idea que
pretende darse, o al menos, la que he conseguido desligar del contenido. Que es
que, independientemente de que exista o no esa determinación que es el destino,
se plantea la posibilidad de que el ser humano luche por su libertad bajo un
mundo lleno de condiciones influenciables, en el que “los que mandan son los de
arriba, según el plan establecido”.
Pese
a que creo que he dejado clara mi postura, en conclusión, me gustaría terminar
diciendo que el único factor controlador de nuestro propio destino, somos
nosotros mismos. Independientemente de que se crea o no en esa determinación,
no deberíamos guiarnos por esa creencia. A fin de cuentas la gente que tiene fe
en el asunto, termina por pensar que cualquier equivocación desviadora a lo
largo de su vida, se atajaría con el fin de redireccionar de nuevo a cada
errante hacia su propio destino, el cual ha de estar previamente escrito y
planeado por ciertos superiores. Sin embargo, a mí al igual que a muchos otros,
esta idea de la existencia de una fuerza controladora, siempre superior,
entendida incluso como mejor, no termina de prosperar. Quizá sea incorrecto
denominarme “más humana” por pensar que yo misma soy capaz de tomar mis propias
decisiones, sin resultar necesario un supervisor que me indique si voy por el
camino correcto. Pero es que, ¿cuántas veces se nos ha dicho que de los errores
se aprende? Que tras cada caída, se ve necesario un ascenso. Una vida sin
errores de los que aprender, carecería de sentido. La existencia de esos
supervisores garantizaría una redirección hacia el “buen” camino, pero no un
aprendizaje a posteriori que nos hiciese valorar realmente la propia vida.
Personalmente
considero que la vida es una simple consecución de hechos y casualidades, de
alternativas infinitas que pueden variar ciertas cosas pese a resultar ser mínimos
detalles. Al fin y al cabo, el aleteo de una mariposa es tan simple como
complejo y puede incluso llegar a provocar un gran impacto.
Hace tanto tiempo que no
me siento aquí, frente al ordenador, para simplemente reflexionar… ya no
recuerdo ni la última vez que me sinceré con vosotros. Pero he de excusarme a
causa de los estudios. Estoy en una etapa decisiva, soy casi pre-universitaria -y
digo casi, porque aún no he finalizado la etapa que está aún por cerrarse, el
colegio- todo el esfuerzo que dedique ahora, se verá reflejado más adelante,
estoy segura. Así que espero que podáis disculparme, pero lo primero es lo
primero.
En
estos últimos días, he estado dándole vueltas a una cuestión que francamente me
preocupa… o más bien, que me resulta curiosa. Pero antes quiero de alguna
manera, situaros, para luego poder tratar el tema con mayor profundidad.
Sube al tren, disfruta de la vida
Así
de primeras, la vida parece algo sencillo, ¿no? se nace, se vive y se muere.
Para algunos no tendrá mayor trascendencia que esta, el existir. Quizás, y solo
quizás, vivan en un absoluto deje, e ignorancia que envuelva todo lo que para
ellos conforma la vida. Quizás eviten compromisos, ahorren esfuerzo y a su vez,
desperdicien talento. Aunque así se perderían gran cantidad de alegrías y
tristezas que la vida misma te brinda con un único fin, vivir. Entendiendo esta sencilla palabra como aprendizaje,
disfrute y felicidad. Pero personalmente me cuesta creer que alguien sea
incapaz de ver lo maravillosa que es esta experiencia, sin pararse a pensar de
dónde venimos, o a dónde vamos, o sencillamente, por qué estamos aquí. Para
vivir no requerimos saber ninguna de esas tres cosas, ¿o sí? De todas maneras
esa no era la cuestión que venía a tratar. Centrémonos en lo verdaderamente
importante: el desarrollo de esa vida.
Siempre
que viajo en transporte público me gusta fijarme en la gente. A veces incluso
jugueteo con mi sorprendente imaginación y, partiendo de una sola apariencia, soy capaz de forjarle una vida entera a ese a quien pueda estar observando. Pero
más allá de eso la cuestión que se me plantea es, ¿qué son esas personas para
mí? Es decir, ¿qué son capaces de aportar a mi vida? Simplemente son compañeros
de vagón, o de asiento, bajo el mismo techo, en la misma ciudad. ¿Pero debe de
quedarse ahí? No sé, a veces me “angustia” en cierta medida el hecho de que, pueda
llegar a morir sin haber conocido a mucha gente que seguramente merezca la
pena. Cuando quizás, habiendo nacido en un entorno completamente distinto, las cosas
podrían haber resultado de otra manera.
Tampoco
pretendo decir que lo idóneo sería conocer a cada una de las millones y
millones de personas que habitamos la Tierra, dado que es imposible y que
probablemente no pueda ni tan si quiera cruzarme con la mitad. Pero sí me
gustaría plantear que cada vez que vayamos a algún lugar, que estemos rodeados
de tantas personas y posiblemente lo único que se comparta además de oxígeno
sea silencio, podamos replantearnos esto, porque a lo mejor esa persona que
tenemos al lado puede hacernos cambiar en cualquier aspecto y quizás por el
simple motivo de tener sueño, que un lunes por la mañana siempre nos desagrada,
nos quedemos sin la oportunidad de conocerla.
Supongo
que escribo esto con el fin de que alguien entienda lo que pretendo decir. Es
materialmente imposible conocer a absolutamente todas las personas que nos
rodean día a día. El inconveniente que tiene la vida, es que tiene fecha de
caducidad, por algo nos dicen que vivamos el presente, sin recrearnos en el
pasado ni anticiparnos en el futuro. Pero si de alguna manera pudiésemos dar un
giro a esa rutina que nos suele perseguir, con tan sólo conocer a una de esas
personas con las que compartimos viajes de ida, o de vuelta, ¿no creéis que
sería curioso probarlo? A
veces las miradas hablan lo que nuestra boca calla. El viaje continúa, lleno de
desafíos, sueños, fantasías, alegrías, tristezas, esperas y despedidas, pero
seguimos siendo pasajeros de esta historia, la vida.
Supongo
que como en todo, cada uno aporta su ideal, cada uno tiene su versión y cada
perspectiva es aún más diferente. De nuevo estoy aquí para dar mi opinión al
respecto.
¿Qué mueve al mundo, dinero o amor? Es una gran pregunta, ¿no creéis? Puede que plantearse esto sea un
debate continuo del que jamás se encontraría clara respuesta, pero creo haberle
encontrado un sentido a todo este "caos material" que nos hace dudar.
Quizás
debamos preguntarnos antes, ¿qué valor tiene el dinero sobre nosotros?
¿Dinero, o amor?
A lo
largo de la historia, la humanidad se ha visto involucrada en esto, siempre.
¿Qué eran si no, las sociedades de clases? Un régimen marcado en función de la
cantidad que tuvieras en el bolsillo. Los poderosos, los adinerados. Los
esclavos, por supuesto, los pobres. ¿Es así como gusta vivir? Está claro que
no, o al menos, como digo, es mi perspectiva. Entonces, ¿por qué se le da tanta
importancia al dinero? ¿Es acaso más importante tener una buena casa, con su
asistenta, a tener un hogar acogedor en el que se huela la palabra familia nada más entrar? No pongo en
duda todos los ideales que se pueden crear, los sueños materiales que se deseen
tener… es obvio que todo eso existe en la mente de cada persona. ¿Pero qué son
los sueños si con dinero, todo puede comprarse? ¿De qué sirve pues, hablar de
buena voluntad, si los primeros que piensan en incumplirla son los que juegan
con el dinero? Si el mundo se ve alterado por cantidades de dinero, no tengo
nada que aportar a esta sociedad.
Pero…
¿qué hay del amor? Más bien, ¿qué es al amor? Puedo garantizar que he
preguntado a una niña de ocho años, a una adolescente de dieciséis, a una
adulta de treinta y dos, y a un pensionista de setenta. ¿Saben qué es lo
curioso? Evidentemente como decía al principio, cada perspectiva es
completamente distinta, pero todos ellos han coincidido en una cosa: amor es
escuchar, es comprender, es ser sincero, confiar, sentirse conectado a la otra
persona. Pero en lo que la sociedad está de acuerdo, ya sea desde la inocencia
que pasea por la mente de un niño, hasta las varias experiencias que ha podido
tener un anciano a lo largo de su vida, es que el amor, es entrega.
Por
tanto, debemos ser capaces de entregarnos por completo, ya sea a un familiar, a
una pareja, o incluso a uno mismo. Requerimos el contacto con otros, el afecto,
el cariño, el aprecio. ¿El dinero eso lo cubre? ¿Eso se compra? ¿Se consigue
chantajeando, o regateando? No, ¿verdad? Si las cosas más increíbles de este
mundo, reír, amar… sólo requieren paciencia, aprecio y entrega, ¿en qué momento
se nos ha ocurrido plantear si quiera qué es lo que mueve al mundo?
Donde
haya cariño, sobra lo demás. ¿El dinero? Sólo materia.
De nuevo la sección musical vuelve a este pequeño universo. Esta vez he escogido Wake me up, deAvicii. Tiene un aire country en la melodía, mezclado a su vez con un toque electro-dance muy común en la música actual. Espero que os guste. Miss Little Universe.