Aún recuerdo la primera vez que te conocí. Hacía unos días
que llevaba observándote desde el asiento trasero del autobús.
Día tras otro
estuve despertándome cada vez más pronto para llegar a la misma hora, el
momento justo en el que el autobús efectuaría su llegada. De esa manera me
aseguraba de coger el mismo, y no cualquier otro que fuera equivocado. A medida
que iba avanzando en el trayecto, mis pulsaciones lo hacían también. Después de
eternas miradas a la luz del sol, el destino quiso brindarme la oportunidad de
conocerte.
Fueron pasando días semanas y meses. Creo que ya ha pasado casi un año
desde que sucedió todo aquello, pero lo curioso es que aún siento ese
cosquilleo que noté la primera vez. Cada vez que me hablas o vuelves a mirarme
de la misma manera, en realidad, no hago más que quererte un poco más.
Puede
parecer precipitado porque tan solo hace unas semanas que me ilusioné con todo
esto. Puede que me esté ilusionando con algo que tan sólo puede significar otro
fracaso y créeme, a todo eso le temo. Temo que dejes de tratarme igual. Que
esta amistad tan entrelazada que tenemos ahora, acabe en un simple hola. Pero
nadie dijo que las cosas pudieran conseguirse sin esfuerzo.
¿Lo intentamos?