No
sé si es que estoy demasiado sensible, pero creo que la acumulación de mala
suerte está intentando aliviarse a modo de lágrimas. Tampoco os preocupéis, en
verdad todo me va bien.
Me
considero una chica bastante afortunada. Procedo de una familia que me ha
criado con amor. Tengo, considero, a los mejores amigos posibles a mi lado, día
tras día. No soy una chica de expediente destacable, pero sí notable. Y
respecto a los valores que he ido adquiriendo con el paso de los años, la gente
nunca me ha negado que son buenos, de hecho, siempre se me ha agradecido o resaltado
esta facultad. Mi intención no es ahora echarme flores, sino permitir dar a
conocer más de mí a quienes aún no saben de mi persona más allá del avatar que
las redes sociales dejan ver. ¿Cuál es el
problema entonces? Imagino que os preguntaréis.
Lo
que pasa, es que no existe ninguna fórmula matemática que pueda aplicarse para
suprimir el dolor, para olvidar los malos recuerdos, o para evitar el miedo que
nos produce afrontar ciertos problemas. ¿Cuántas veces hemos sufrido por
alguien? ¿Cuántas veces hemos vuelto a caer en lo mismo? ¿Cuántas cosas hemos
dejado de intentar, por cobardes?
Hablando
personalmente, hay algo que no para de hacer runrún en mi cabeza. Algo que me
está quitando el sueño y no hace más que producirme un cúmulo de dudas respecto
de mis actos. ¿Por qué no seré capaz de adquirir la valentía necesaria para hacerle
frente a las cosas, independientemente de lo que pueda ocurrir más adelante?
Qué más da querer, si ese cariño se difumina entre falsas esperanzas. Al final el amor resulta ser de nula relevancia, si no es valorado como merece.